Archivo mensual: julio 2012

Ahí va una trascendental de las que toca de vez en cuando

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Qué fuerte esas personas que son capaces de componer música clásica. O de la que sea, digo clásica porque como hay tanto instrumento pues parece más difícil. Supongo que se deberá tener mucho coco para eso. O para tocar un instrumento, leyendo notas. Pero componer… qué fuerte debe ser componer.

 

Uno muchas veces no se da cuenta de las cosas, o no quiere darse cuenta, hasta que le queda poco tiempo. Pensamos que las personas van a estar siempre a nuestro lado, y de repente alguien se va (no es metáfora, no se ha muerto nadie. Simplemente es que la gente ahora se va a otros lados porque aquí no tienen mucho que hacer). Y cuando sabes que alguien se va a ir piensas en todo lo que tendrías que haber hecho en todos estos años de amistad que no hiciste, y pretendes solucionarlo en unas semanas. Pero no funciona así, aunque lo haces igualmente. Supongo que para no tener remordimientos.

 

Un brainstorming es una lluvia de ideas, ¿no? Entonces un brainfeeling debe ser una lluvia de sentimientos. Al igual que en el brainstorming, en el brainfeeling cabe de todo: alegría, tristeza, rabia, paz, empatía, egoísmo…
Coño con el brainfeeling que no me deja en paz. Es como estar con la regla twentyfourseven.

 

(Todo esto así, de buena mañana y habiendo dormido como el culo. Será por eso. O no.)

A.F.T.E.R. (Aquí Flipas Todo El Rato)

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No es la primera vez (no sé si será la última) que digo que no salgo y acabo desayunando café con leche y crusán después de bailotear toda la noche.

El sábado celebramos el cumpleaños de mi hermana. Lo que empezó siendo una noche algo extraña acabó como no había terminado nunca, al menos para mí. Empezó con unas diez personas en casa que inicialmente no sabían muy bien como relacionarse entre ellas, y finalizó con los más guays (porque éramos los más guays, los demás nos hicieron un favor yéndose) saliendo a bailar (no, no, yo a bailar no voy, ¡pues toma, bocazas!) al lugar de siempre (bueno, de mis siempres, que son casinuncas).
Pero había un fin más allá del fin.

Habíamos llegado al local sobre cuya pista se suponía que íbamos a darlo todo a las cuatro de la mañana (dados los recortes que han hecho los de Transports Metropolitans de Barcelona, lo que debería ser un trayecto de media hora duró una hora entera. Gracias TMB). Cuando a las seis nosotros estábamos bailando como nunca, con el subidón a flor de piel, nos encendieron las luces. Todos tuvimos la sensación de que nos habían robado una parte de noche (y lo habían hecho. Los de TMB).

Mientras salíamos a la calle, alguien dijo ¿nos vamos de after? Así que nos fuimos de after.
Yo no había ido a un after en mi vida, porque siempre he considerado que esos lugares son decadentes y están llenos de gente puesta hasta las cejas. Pues efectivamente era así, decadente y con gente puestísima, aunque tengo que decir que había mejor ambiente del que imaginaba. La mayoría de clientes eran hombres (dos perfiles: el típico armario ropero y el típico pureta, ambos con las pupilas como discos de cuarenta y cinco revoluciones) y transexuales del barrio (mi hermana se encontró a una clienta suya).
A mi amiga le ofrecieron coca dos veces en los baños. A mí ninguna. Debo tener la cara menos after de la historia.

La anécdota del after (a parte de que ir a un after ya es anécdota de por sí): mi hermana y yo nos vamos a sentar a una mesita redonda que había en un rincón. De golpe y de repente viene un tío de dos de alto por dos de ancho con los ojos como el carbón, se sienta al lado de mi hermana y nos dice «¡mesa camilla, mesa camilla! ¡Mujeres y hombres y viceversa!», con una emoción tanto exagerada como incomprensible para nosotrasLas dos nos miramos y soltamos algo en plan pero qué dice el flipado este y el tío, viendo que no le seguíamos el rollo, se levanta y se va como si nada. (Otro nos habría partido la cara por bordes, pero no fue el caso. Por eso digo que el ambiente dentro de todo era bastante tranquilo.)
En menos de una hora volvemos las dos a sentarnos en el mismo lugar (desde luego, no estábamos muy afters). A los tres minutos aparece ¡el mismo tío!, se vuelve a sentar al lado de mi hermana y suelta, con la misma emoción de hace una hora: «¡Mesa camilla! ¡Mujeres, hombres y viceversa! ¡Confesión, confesión!». Pero bueno, ¿¿otra vez??, dijo alguna de nosotras. El chavalote se vuelve a levantar y se vuelve a ir.
Te debes tirar media vida en el gimnasio, otra media metiéndote mierda, y el tiempo que te sobra lo dedicas a ver Mujeres, hombres y viceversa. ¡Bravo!

Al cabo del rato dije a la troupe que quien quisiera venirse conmigo a desayunar pues perfecto, y el que no, pues que le aprovechara la noche (o la mañana, porque ya eran las nueve), pero lo que es una ya había tenido bastante.
A las once entré por la puerta de casa con un café y un crusán entre pecho y espalda, y un buen montón de risas acomuladas durante buena parte de la noche.  Y de la mañana.

Una bañera llena de croquetas – Historias de parra ficción (6)

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Todos saboreaban sus cervezas y reían mientras él escenificaba fragmentos de películas y series que todos conocían. Lo hacía con gestos exagerados, porque sabía que cuando exageraba, ella se reía más.

Él nunca daba besos o abrazos a nadie cuando llegaba a una cita. No es que le resultara incómodo, es que simplemente no tenía el hábito. Siempre llegaba tarde, hecho un torbellino y con algo que contar. No sabéis lo que ha pasado, hostia sabes de donde vengo, tío venía sobrado de tiempo y al final me he liado con. Todos se metían entonces en esa vorágine de acontecimientos que explicaba con la impaciencia de un niño que quiere abrir su regalo de cumpleaños y la potencia de un boxeador que deja KO a su contrincante.
Nunca daba besos o abrazos a nadie cuando llegaba a una cita. Hasta que ella empezó a sumarse al grupo.

– Hueles a pescado – le dijo ella a él cuando se le colgó del cuello y le dio dos besos.
– Hueles a pecado – le contestó él a ella, en un acto reflejo totalmente involuntario.

Una hora y media más tarde, él se encontraría en el baño del bar haciendo un Vincent Vega. Con las manos apoyadas en el lavamanos, hablaba con su propia imagen reflejada en el espejo. Una cerveza más y te vas. No seas grosero, te ha invitado a otra ronda. Te la tomas rápidamente, le dices adiós, te metes en el coche y te largas de aquí. En un silencio de dos segundos visualiza a su mujer durmiendo desnuda en la cama. Que te quede claro. Sales ahí fuera, te tomas la cerveza, dices «buenas noches, he pasado una velada muy agradable», te vas a casa, te haces una paja. Y eso es todo lo que vas a hacer.

Cuando salió de nuevo a la terraza, ella estaba hablando de la escena de aquella serie que le gustaba tanto en la que uno de los protagonistas le dice a otro que elija entre una bañera llena de mermelada o una tía buenísima en pelotas. Ella dice que preferiría una bañera llena de croquetas. Todos ríen.
Él también ríe. Le encantan las croquetas.

Después de la tormenta, llueve – Historias de parra ficción (5)

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El hombre que no podía irse a dormir después de una discusión sin poner las cartas sobre la mesa se fue a dormir después de una discusión sin poner las cartas sobre la mesa. Dada la imposibilidad de conciliar el sueño, se sentó en el borde de la cama durante unos minutos, pensativo (ella se había quedado en el sofá viendo una película, o haciendo ver que veía una película).

El hombre se levantó, se puso lo que siempre se ponía cuando tenía que salir de casa a hacer un recado rápido, a por tabaco, al cajero, a comprar aquel ingrediente que faltaba para la cena. Cogió las llaves de encima de la mesa (ella hizo ver que no le veía), abrió la nevera, sacó una lata de cerveza, agarró la bolsa de la basura que había en la puerta y se fue.

En el ascensor abrió la lata y tomó un buen trago.
Había un contenedor en la vuelta de la esquina, pero él prefirió ir al que estaba más lejos. La noche y la cerveza tenían la temperatura perfecta e incitaban a dar un paseo que le refrescara la cabeza. Una vez se deshizo de la basura, pensó en sentarse y disfrutar de la noche, pero cuando encontró el banco ideal en la calle ideal, un perro (de esos pequeños que ladran tan agudo que destrozan el tímpano) rompió el silencio imperante desde un balcón. Aquel momento de evasión se vio quebrantado de un modo tan irritante que sintió que lo mejor era volver a casa.

Ella había apagado el televisor, y dormía en el sofá.
Mientras él se preparaba un gintonic con más ginebra de lo habitual, se preguntaba porque las mismas personas a las que amaba tanto eran las mismas a las que más podía llegar a odiar en un momento dado.
Cuando el gintonic estaba a la mitad, se preguntó si odiar era la palabra.

 

El hombre que no podía irse a dormir después de una discusión sin poner las cartas sobre la mesa pensó en las cosas que le podría haber dicho antes de que ella se quedara dormida en el sofá. Posiblemente si lo hubiera hecho ya estaría dormido. O posiblemente no.